sábado, 16 de mayo de 2015

Alguien sin nombre.



1099 del año de Nuestro Señor



- No van a volver Mathew -le dije susurrando a mi hermano pequeño-. Debemos hacer caso 
a mamá y papá e ir a casa de tía Judith, ella nos cuidará.



Pero, ¡yo quiero ir con papá y mamá!


- Ya te he dicho que no puedes ir con ellos, nunca volverán. Ahora cállate, o los hombres


 malos sabrán que estamos aquí.




Tenía 16 años, en ese mismo instante mis padres habían muerto, y en unos segundos


perdería mi último ser querido.





- He escuchado ruidos detrás de esa estantería.


- ¡Pues palurdo, ve a mirar, no te quedes ahí parado con esa cara de estúpido!




Podía escuchar las duras pisadas del bandido acercándose a nuestro escondite. Tenía miedo


nos había encontrado y no podía hacer nada para proteger a mi hermano. De repente la 


puerta se abrió, la segura oscuridad dejó paso libre a la tétrica luz de una chimenea y entre la


ceguera pasajera, mantuve la mirada fija en la sombra que teníamos delante.





Tom, he encontrado a dos críos. ¿Qué hacemos?



- Pues no nos sirven de mucho, los cadáveres que tenemos a nuestros pies seguramente son 


de sus padres. Mátalos, coge el botín y larguémonos.


- Oh, pobres críos huérfanos, vais a escuchar el eterno silencio de la muerte.







Raudo, el criminal asió a Mathew por la pechera y lo sujetó cual débil murmullo de un 


sollozo. Su mirada era malvada y egoísta, tan egoísta como para no ver que no podíamos 


causarles problemas. A pesar de mi fe infantil, sabía que íbamos a morir.






- ¡Déjanos marchar o te mataré con mis propias manos sucio asesino! -Saqué toda la 


valentía que apenas me habían aportado mis 16 años-.


- ¿Cómo has dicho criajo deslenguado?





El malvado hombre sacó su daga y la clavó en el frágil pecho de mi hermano menor.




- ¡Nooooooooo! -Horrorizado, intenté sujetar con mis gritos su corta vida-





Vi como Mathew, de apenas 5 años intentaba soltar un grito de dolor, quedando nada más 


que un gemido entrecortado. Sus ojos tan verdes y vivos como las hojas de los árboles, se


desgarraron y su débil cuerpo cayó al suelo con un golpe seco, que retumbará en mis oídos


durante el resto de mi vida.





- Bien hecho, ahora vámonos antes de que venga la guardia.





El hombre vino hacia mí, me puso la mano en la cabeza y con su hacha levantada masculló:




- Reza lo que sepas, aunque no te sirva de nada, reza.





Con los ojos cerrados y rezando por sobrevivir, intenté no pensar en la muerte y…se escuchó



un ruido sordo. Abrí los ojos y para mí sorpresa, los hombres que habían matado a toda mi




familia yacían en el frío suelo. En la oscuridad de la puerta una silueta se entreveía.






- ¿Qui…qui…quién eres? <Pregunté entre ahogados sollozos>



- Soy aquel que viaja desde tiempos inmemoriales, soy aquel que nunca es visto pero 


siempre es nombrado…soy aquel por el que has rezado.

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